La política monetaria, en particular la política de tasa de interés del Banco Central, ha estado en el centro de la discusión económica durante el mes de abril.
Detrás de esta discusión, sin embargo, subyace el verdadero problema de la Argentina: el déficit fiscal y su financiamiento monetario.
En efecto, durante los últimos meses del año pasado la gestión anterior generó un sobrante de pesos superior a los $ 200.000 millones y compromisos de emisión “futura” por el pago de los contratos de dólar futuro por más de $ 70.000 millones.
A este monto de emisión “heredada” hay que sumarle la emisión de $ 160.000 millones de este año para financiar parte del déficit fiscal del 2016.
Obviamente, ante esta enorme cantidad de pesos a emitir, y para evitar que esos pesos se transformen en circulante e inflación, el Banco Central se ve obligado a absorber fondos colocando deuda de corto plazo a través de las Letras del Banco Central (Lebacs).
Así, la política monetaria consiste en fijar la tasa de interés que permite retirar del mercado los pesos “sobrantes”. El Banco Central fija la tasa, y el mercado decide la cantidad de dinero.
En ese marco, mientras la política monetaria siga prisionera de la política fiscal heredada o presente, la tasa de interés sólo podrá bajar cuando el mercado acepte prestarle al Banco Central fondos a tasas más bajas. Es decir, cuando las expectativas de inflación y de devaluación vayan bajando.
Obviamente que tasas de interés altas tienen efectos sobre la economía real. Pero en el corto plazo, la prioridad tiene que ser abatir la tasa de inflación, y esto depende de que la base monetaria se expanda a tasas razonables, lo que implica absorber el “sobrante” que el mercado no desea.