Si tras la fuerte recuperación post pandemia la economía mundial se encaminaba hacia un escenario de menor crecimiento económico con más inflación y más inestabilidad financiera, con la repentina irrupción de la guerra entre Rusia y Ucrania todo indicaría que estas tres tendencias se van a profundizar.
Como se puede ver en el gráfico siguiente, con la desaparición del impulso de la normalización de la movilidad de las personas y, en menor medida, el levantamiento de las políticas expansivas, la dinámica de fuerte recuperación económica comenzó a moderarse. Esto comenzó a reflejarse en una revisión hacia la baja de las proyecciones de crecimiento económico para el mundo para 2022, que pasaron de 4,6% anual a 4,2% entre las realizadas en agosto 2021 y febrero 2022, pero que con la irrupción de la guerra cayeron fuertemente a 3,4% en la última medición de abril.
Paralelamente, también por la mayor movilidad de las personas y los excesos de liquidez asociados a la fuerte inyección de dinero vía políticas expansivas adoptadas durante la pandemia, las presiones inflacionarias comenzaron a aumentar, lo cual comenzó a reflejarse en una revisión alza de las perspectivas de inflación para el mundo para el segundo trimestre 2022, que pasaron de 2,5% a 4,0% anual entre las realizadas junio 2021 y diciembre 2021, pero que con la guerra treparon a 6,5% en la reciente medición de abril último.
Mayor presión sobre el escenario que viene
La economía mundial ha sufrido dos grandes shocks contractivos sobre la oferta global: primero la pandemia y, más recientemente, la irrupción de la guerra entre Rusia y Ucrania. La normalización de la movilidad de las personas y, en menor medida, las políticas expansivas han contribuido a una fuerte recuperación económica con niveles de actividad y empleo que alcanzaron los valores precrisis, pero acompañados de niveles de liquidez excedentes inéditos, déficit fiscales y deuda públicas muy altos en términos históricos y una oferta productiva que presenta secuelas tras la pandemia, las que se traducen en problemas de logística y abastecimiento en las cadenas de producción global, generándose así un proceso inflacionario que los datos no mostraron que haya hecho un “pico” en el ciclo de la pandemia.
En este marco, el segundo shock de la guerra ha trastornado aún más la actividad económica y la dinámica inflacionaria, porque sus impactos fuertemente contractivos sobre la oferta y que impulsan al alza de las materias primas se combinan en paralelo con los efectos expansivos de los estímulos fiscales y monetarios producidos por la pandemia, especialmente en las economías avanzadas y, en particular, en Estados Unidos.
Dejando para otro momento las potenciales ramificaciones a mediano y largo plazo de la guerra, que potenciarán estas tendencias, el impacto económico inmediato ha llegado en forma de una fuerte contracción de la oferta que se refleja en precios más altos de la energía, los alimentos y los metales industriales. Esto, junto con interrupciones adicionales en las cadenas de suministro globales -especialmente en algunos sectores productivos-, ha exacerbado las presiones inflacionarias surgidas durante la pandemia, las que se agravan además por los efectos distributivos contractivos provocados por el alza de los precios de los alimentos, lo cual tendrá impactos significativos en los países importadores netos de estos productos.
Este escenario plantea un dilema extremadamente complejo para los bancos centrales del mundo. En un contexto en el cual sus metas de inflación están siendo ampliamente desbordadas, esta situación les impone decisiones difíciles por dos motivos.
Por un lado, por el riesgo de pérdida de credibilidad y la posibilidad de que se desanclen totalmente las expectativas inflacionarias. Esto podría transformar el reciente incremento de la tasa de inflación en un proceso inflacionario más persistente en el tiempo, donde la mayor tasa de inflación podría adquirir vida propia (inercia), haciendo más difícil de moderar el proceso inflacionario a futuro, ya que requeriría de mayores dosis monetarias.
Y, por el otro, por el riesgo de provocar una recesión y/o un escenario de gran inestabilidad financiera producto de un ajuste monetario excesivo. La normalización de la política monetaria en su versión light, requeriría de fijar una tasa de interés de fondos federales neutral “no negativa”, lo que implicaría llevarla a valores de alrededor 6/8% anual (dependiendo si se toma en cuenta la inflación “core” o no), claramente muy lejos de los niveles actuales (0,25/0,50%). Mientras que la normalización de la política monetaria en su versión tradicional, la tasa de interés de fondos federales neutral, debería fijarse 2% por encima de la tasa de inflación, o sea, niveles de 8/10%, aún más lejos que los vigentes.
Escenario probable
Con escasas perspectivas de moderación del nivel de conflictividad global, todo parecería indicar que los problemas de abastecimiento y logística del mundo persistirán el tiempo. Esto debería provocar una retracción de la oferta, especialmente en los mercados de materias primas, con efectos importantes sobre los niveles de vida de la población.
En este marco, es probable que las principales autoridades económicas mundiales opten por paliar los efectos contractivos de la crisis con nuevas políticas fiscales y regulatorias, y que el sesgo de las políticas monetarias tienda a ser contractivo. O sea, el nuevo shock producto de la guerra parecería llevar a la economía mundial hacia el escenario malo de salida de la pandemia, de menor crecimiento económico, mayor tasa de inflación, suba de las tasas de interés, precios de activos más bajos y volátiles y monedas fiduciarias degradadas, lo que tendrá en el futuro implicaciones políticas negativas.